Los días marcados para honrar en masa a nuestros difuntos
pasaron, me sostengo del olor a flores y de las noches tapizadas de
luciérnagas de cera y pabilos, del pan de
muerto ¡Disfruto el pan de muerto! y el chocolate calientito en una buena tasa
de barro; el olor del incienso, las calaveritas de azúcar, la fruta sobre el
papel picado.
Deseé que no dejaran de verse nuestras ofrendas; tan
repletas de significado y tan colmadas de recuerdos que más que un festejo para
nuestros seres queridos es un abrazo algo efímero, algo insuficiente hacia uno
mismo.
Ahora, viene el fin de año, más festejos y un veloz lapso
escurriéndose entre las manos pero, déjenme quedarme dos parpadeos más
recostada entre el cempasúchil, salivando piloncillo, vistando a mi Toñita, y mi Boli, y mi Virula,
¡Ay, Virula!, ¡Virulita!
Debajo de este post les dejo, una imagen con motivo de esos
días. Al parecer quedó en tercer lugar
en el segundo certamen “Día de muertos en Japón”, y esta actualmente expuesta
en el Centro Cultural Instituto
Cervantes de Tokio.
(Ilustración: Le Yad/Fotos: Comité de la Asociación de Mexicanos en Japón)
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